viernes, 16 de julio de 2010

Parte 1: Valentín

Todo empezó cuando nada había empezado. Corría principios de junio, faltaban pocos días para el inicio del Mundial, y yo todavía me debatía si comprarme el álbum o no. Me moría de ganas por hacerlo, pero pensaba que el gasto a afrontar sería muy grande, y que no tendría a nadie con quien cambiar las figuritas repetidas.
Los lunes y miércoles doy clases de inglés en un instituto a un grupo de cuatro niños de primer grado. Desde hacía un par de semanas que los tres varones venían trayendo sus álbumes y yo me relamía hojeándolos al comienzo de la clase.
Un lunes nadie trajo el álbum, pero Valentín (el más alto pero más pequeño en edad) entró con el escudo de Holanda en la mano (después me enteraría que los escudos son los más difíciles) e inquirió: "¿Alguien tiene el escudo de Argentina? Traje este para cambiarlo". El resto respondió de la manera más contundente posible: dijeron no a la pasada y siguieron jugando con sus aviones, muñecas y camiones de bomberos.
Acto siguiente, Valentín, visiblemente frustrado, deposita el cromo en la mesa donde los niños deben dejar sus juguetes y demás objetos personales durante la clase, y en ese momento comenzó mi tormento. Ahí estaba: ese león naranja con corona que saca su lengua, extremadamente larga, dibujado con trazos sueltos y señoriales. Debajo, la inscripción "KNVB", tan imponente como inentendible; pensé en que debía ser la única asociación de fútbol del mundo que no tuviera la letra efe en sus siglas. El naranja del león y la sigla combinaba perfecto con su fondo rectangular blanco y el plateado cromado de los bordes. Una pinturita.
Durante toda la clase rondaba por mi cabeza el dilema ético de si llevarme esa figurita o no. En realidad nunca consideré el "llevármela" propiamente dicho, sino que esperaba que Valentín inocentemente se la olvidase para así yo tener vía libre. Vale aclarar a esta altura del relato que, como aclaré al principio, yo todavía no juntaba las figuritas, por lo que mi deseo se justificaba sólo con la belleza de esa en particular, y el estilo de fútbol que representa la selección holandesa de fútbol.
Una vez decidido eso, me relajé. En un momento, el siempre despierto Pablo arrebató el cromo de la mesa, para esconderlo, y yo lo amonesté ligeramente y le pedí que lo devuelva. Lo tomé y lo dejé de tal manera que la mitad del escudo quedó debajo del equipo de música.
Llegó el fin de la clase, y les dejé a los chicos sus habituales cinco minutos de recreo. Los cuatro se entretenían armando una casa de legos y recreando salvatajes con el camión de bomberos; el escudo de Holanda no parecía estar en la cabeza de nadie, y brillaba, imponente, en la mesa. Vinieron las niñeras, madre y empleadas a buscarlos. Se abrigaron y comenzaron a salir del aula. Primero salieron Pablo (distinto al Pablo antes nombrado) y Guadalupe. Luego salió Valentín, todavía poniéndose la campera, distraído, sin la figurita. Detrás salía el otro Pablo, y yo ya pensaba en dónde iba a pegar el escudo: tenía que ser un objeto que usara todos los días, pero que pueda durar en el tiempo. Cualquier cuaderno o carpeta quedó descartado, la cartuchera era una buena opción y el dorso del celular, la mejor. Pablo también se vestía mientras caminaba hacía la puerta. Sin embargo, lo recordó: "¡Valen, te olvidás la figu!". El sueño se desplomó. Valentín la tomó con desgano (¡con desgano!) y se la llevó, lejos de mí para siempre.
Días después, viendo el efecto que tuvo en mí esa figurita y, el ánimo que me dio Melisa al comprarse el álbum, comenzó la aventura.

1 comentario:

  1. IMPECABLE

    ¿osea que la culpa de la patada de dejong a xavi alonso fue tuya?

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